Bonhomía.

Uno piensa en descansar. El obrero vive contando los días para llegar al fin de semana y poder disfrutar. Al final, disfrutar es percibir las utilidades de algo, es decir, uno trabaja por un salario el cual disfrutar. Este verano, en concreto, de mitad de agosto en adelante, contaba los días para poder parar, soñaba despierto con la idea de acostarme sin leer ese fatídico recordatorio de la alarma. Sonará en 4 horas 37 minutos, dice la muy zorra. 

Hoy no pienso en descansar, descanso. Llevo dos días de descanso. No aguanto más descanso. Suplo el ritmo, la exigencia y la competencia con una cantidad ingente de actividad física, hasta el punto de que moverme de cama para coger el ordenador, tras haber estado toda la tarde fuera, ha supuesto una odisea.
¿Pero cómo puede uno desear descansar y cuando tiene la oportunidad no ser capaz de hacerlo? ¿Acaso es más atractivo trabajar un mes y medio sin un sólo día de descanso (no es una queja, lo digo con el pecho inflado)? Pues sí, lo es, y explicaré parte del por qué.

La bonhomía es la afabilidad, sencillez, bondad y honradez en el carácter y en el comportamiento. Este verano he podido conocer la bonhomía, no de forma metafísica, ni siquiera (por desgracia), reconocerla en mi mismo, sino en forma de ojos de eyeliner. 

Se envidia lo que no se tiene. La observación siempre fue una de mis virtudes, siempre he tenido la fortuna de darme cuenta de lo que carezco y he sabido percibir lo que otros tienen y carecen. Esta condición me ha hecho admirador de la educación y el buen gusto, de la gentileza y el saber estar.

Mi ojo afinado ha sabido identificar, aunque no hace falta buscar mucho para verlo, en la protagonista de este artículo, Rocío, o RoRo, o RoRitis (no lo estropearé escribiendo los que no le gustan, léase el paréntesis con acento cubano) una capacidad innata para hacer de un sitio un lugar mejor. 

Lo que voy a escribir lo pienso, pero no lo reconoceré en público así que les animo a que lo lean y finjan no haberlo leído jamás. Rocío es lo mejor que le ha pasado al chiringuito este año. Podría ponerme a ejercer de pseudoanalista, y explicar porque ella ha sido la columna vertebral de un esqueleto que un principio parecía que se resquebrajaría por completo, pero prefiero aparcar al frío "psicópata de Fermarín",  término acuñado por el propietario de este espacio, Xabier Troitiño, y dar un punto de vista desde el compañero que ha tenido la oportunidad de compartir las mañanas con una de las mejores personas que ha conocido en los últimos años. 

Pese a que siempre era yo el que tenía que colocar los adornos mientras ella miraba al mar y me seguía con las manos vacías, a que nunca subiera la basura y a que se vistiera de celestina inventándose películas que solo veía ella, me toca reconocer que algo sí echo de menos a mi favorita,y eso que mis costillas empiezan a no tener moratones al no ser usado de punching ball. Cualquier necio, de esos que no entienden que si el mínimo es 2 no pueden pedir 1, reconocería en un instante la pureza revestida de bondad, la paciencia infinita, no solo por aguantarnos a Xabi y a mí juntos, sino por lograr empatizar con lo inempatizable.

Un Lannister siempre paga sus deudas, y hablar bien de RoRo es una deuda grata de pagar. Quizá alguien lee este artículo y dice, "coño, Fer, mucho feeling con Rocío eh, que bien te llevas con ella, si os gustáis pos liaros".


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