Condenado a contar mundos muertos
Sabe Dios dónde hostias leí yo aquello de que los clásicos lo son no por contar una buena historia, sino simplemente por describir su tiempo. Por ser cronistas, sin más. Entre ellos después destacarán los que además confeccionan una trama entretenida y bautizan personajes atrayentes. Y hablamos entonces los Clásicos, con mayúscula y cursiva. Es lo que distingue a un autor cualquiera del XIX, cuya obra está perpetuamente destinada a acumular polvo y humedad en alguna librería de viejo y valer un porcentaje ínfimo de un lote de libros de un trastero que se vende a 40€, de los Balzac, Stendhal, Conrad, Baroja, Unamuno, Flaubert o Galdós. Y sin salir mucho de la Península y nuestros primos malhumorados del norte.
Aquí me veo entonces en una encrucijada. Vivo en un mundo que no me atrae y no me gusta, cuyas cuestiones morales no me corresponden y que es incapaz de responder a aquellas que me interesan a mí. No sería capaz de construir un personaje de actualidad sin irme, por lo menos, 15 o 20 años atrás y hablar de aquellas personas que veía siendo muy niño. Estoy condenado a narra el mundo que ya no existe porque una panda de ignorantes se empeña en olvidarlo. Creo que jamás podré ser un cronista de mi tiempo, o al menos un cronista entregado, porque cada año el mundo es más simple y llano, lineal, fácilmente abarcable con un par de frases, y la genialidad de la vieja Europa se sustituye poco a poco por mezquindad, demagogia y un profundo color negro sucio. Tal vez yo y todos los que quieran escribir sobre el hoy también estén destinados a acabar cogiendo polvo y humedad.
Comentarios
Publicar un comentario