Sobre la vida de Lázaro de Agra
Sobre la vida de Lázaro de Agra
Artículo primero o de presentación
Así para que ustedes me conozcan me presentaré, pues no creo que de nadie sea conocido todavía aquí el nombre de Lázaro el de Agra, que púsome mi santa madre por ser yo para ella al nacer criatura que había de guiar a mi familia como un perrillo a un ciego por los parajes y sinsabores de la vida, si bien hoy, para decepción de todos, el ciego ando siendo yo. Mas hoy además es triste la retórica con que hablan de mí, pues se refieren a mi nombre con el sentido de andrajoso, pobrecillo y cubierto de bubas y no puedo más que callarme porque así soy, si bien no sobre la piel, a la sazón bajo ella.
Así pues yo nací en el concejo de Agra de la belleza provinciana de Coruña, o eso me han contado por no decirme que nací en algún páramo dejado de la mano del hombre. Criéme en la casona de mi abuelo con mis padres y fui feliz jugueteando con las gallinas y los conejos, que más niños por allí no había y a mí los polluelos, los gazapos, los cachorros y los grillos parecíanme amigos de mi misma edad que cosas más interesantes que las del mundo exterior tenían que decir. Dicen que es muy importante en los mozos de buena crianza, mas yo no supe leer ni escribir hasta ser zagal más acuchillado, ni fui al colegio a aprender las cuatro reglas. Ni falta que me hizo, pues fui, cuando la tuve, feliz en mi patriótica ignorancia y llegué igualmente a sacar una carrera. Estudié en la prestigiosa Universidad de Lepe, en toda la Europa conocida, para llegar a ser bachiller en el arte del jornal, de la palabra diaria y el rebusco de la noticia y situación. Mas, como de dinero para estudios académicos no disponía, concreté con don Paco, el rector, servir en su casa como mozo de cuadras durante el tiempo que mis estudios durasen. Así iba yo untando en mis adentros la tinta de que las páginas estaban impresas de los mil libros que diéronme a estudiar: Historia Universal y de las dos Españas, Retórica de conveniencias, Poesía del Parnasillo - donde ni un Lope ni un Quevedo había, y sin embargo todos los nombres eran del pueblo y todos catedráticos que dábanselas de poetastros -, Principios y morales del buen literato y demás asignaturas. Juntóme mi buen amo el rector con su hijilla, no sé si creyendo hacerme un favor, que si bien de no muy buen ver y malas ropas era la muchacha, tendría - pensaba - un buen acceso a la fortuna de su familia, que yo creí debía ser mucha, pues pese a ser yo el único alumno, no debe ser menester sencillo dirigir toda una Universidad. Un buen día la noble muchacha se me abalanzó cuando su padre andaba en comercios en la ciudad y enseñóme virtudes carnales de las que nada sabía y pienso que nada sabré. El caso es que meses después, mi joven doncella tuvo un retraso y mi buen amo díjome con una palmada en el pescuezo que debía ejercer como hombre, mas yo nada entendí hasta que a Celsa, que así se llamaba, empezóle a crecer el vientre y hube de tomar casamiento ante las emocionadas lágrimas de mi madre, que en su alegría no cesaba de repetir "mi pobre niño, lo han engañado". Y tuve así un primer hijo, que por algún mal hechizo o por aires de podredumbre salió de un tono oliváceo. Llevámoslo a iglesias y sanatorios, más de los unos que de los otros, y ningún religioso ni curandero dio en suerte de desfacer la magia o el entuerto, y así se quedó mi hijo, el cabello muy oscuro y la piel aceitunada, muy parecida a la de uno de los vecinos de mi buen amo, un tal Israel de Heredia.
Quise yo llamarlo Alfonso, como mi padre, pero mi espléndida mujer decía de llamarlo Paco, como el suyo. Y a fin de no armar más revuelo en el pueblo, que el niño a dos semanas de nacer por ningún nombre se le decía y ni bautizado podía ser, y por no alargar más las discusiones, los improperios y los malos humores, hubo mi esposa de escoger una opción distinta a las dadas y llamarlo Francisco, en honor al rey de no sé qué importante país.
Así saquéme yo rápidamente mi carrera en tan solo siete años, y púseme rápidamente a buscar un empleo, pues el niño, de ya cuatro cuando hube de acabar, tenía que tener pan caliente para llevarse a la boca, aunque todavía mamaba. Pronto encontré un trabajo, mas no de lo mío, y tampoco uno fue, sino varios, pues en ninguno duraba más de un mes: mozo en la obra derribando muros de casas vecinas de los que sacar cemento para los nuevos muros; soldado en el ejército, rellenando los cañones de los fusiles con pólvora y tierra para tener algo que limpiar con las baquetas; de secretario del alcalde, aplaudiendo todo lo que el buen hombre decía. Mas en ninguno llegué a medrar y mi esposa, que bien lo entiendo, pasaba mientras las tardes en casa con un sargento de caballerías, hombre de honor donde los haya, que no la dejaba sola y así la fortuna que había amasado terminó por encandilarla y marchóse ella con Guzmán, el sargento, y mi hijillo al que no volví a ver. A día de hoy le sigo enviando todos mis ahorros, porque no pase hambre mi pobre hijo, que bien debe avergonzarse del torpe de su padre, y porque mi buena mujer, que aun es la mía, se toque con buenas joyas y halajas.
Un buen día, en uno de estos empleos que ejercía, esta vez repartiendo el jornal por la calle de los analfabetos, dióse la suerte - con perdón de los hombres - de que un escritorcillo de un folletincillo torcióse la muñeca en un lance de honor, que así nos lo describió, y no pudo hacer oficio de publicar durante dos semanas. Así que me pidió que escribiera en su lugar y al director, que de nada me conocía, gustáronle mis retruécanos y mis jerigonzas, y hasta de mis ripios gustó el buen hombre, tanto que no sé si los despidió, se marcharon o en un principio nunca los hubo, pero quedéme escribiendo yo solo en el folletín. Desde entonces me han conocido en las publicaciones más sonadas de España: gané fama en el Heraldo de Illán de Vacas, escribí de mis sagacidades en el Diario de Aldeamugre de los Ajos y alcancé mi cúspide en las páginas del jornal del Salcedillo de Teruel.
Escapando del reconocimiento público recalé aquí y así me les presento, esperando que los lectores y yo nos llevemos como se deben llevar los buenos, pues nada más vengo a entregarles aquí que mi literatura que es, como lo ha sido mi vida, incongruente, errática, difusa y una gran mentira, pero al fin y al cabo sincera, pues no escribo sobre otra cosa que no sea lo único que no puede engañar del hombre, que son sus sentimientos y sus pesares. Así pues, aquí encontrarán artículos de costumbres, protestas airadas, anécdotas, versos tristes y demás parafernalia que se me vaya ocurriendo para llenar las hojuelas de sus ojos, oídos y paladar con las mieles de la literatura. Les espero aquí más pronto que tarde.
Su afectísimo Lázaro de Agra.
Comentarios
Publicar un comentario