Sobre nada en absoluto.
Hace tiempo que medito conmigo mismo sobre qué escribir. Los bloqueos mentales a veces son ardides del mundo para coartar la creatividad y la gloria de los que escriben - hay que creérselo - y a veces, en mi caso, me los provoco yo mismo. Tiendo a vivir semanalmente, así que los temas que levantan ampollas en mi lóbulo frontal no suelen ser los mismos ni parecidos de un jueves a otro. No contribuye tampoco mi manera de actuar: el Lázaro que ustedes conocen es, además de lo que ya saben, culoinquieto y disoluto. Así que a veces el papel en blanco es más un acantilado o un atolladero que una oportunidad. De esta manera me vi esta tarde de lluvia preguntándome sobre qué debería escribir. El amor es un pastiche masticado y manoseado y es necesario abrirse el pecho en canal para que resulte en algo sincero y digno de escribirse. La música me despierta últimamente pasiones íntimas que me susurran en largos paseos nocturnos que me reserve el derecho a contarlas en algún lugar. La política es un fruto agusanado y enmohecido del que uno no se da cuenta hasta que lo ha mordido. La literatura es una escapatoria y hoy me he topado con un muro tras el culo, otro a los costados y yo mismo de frente. La familia hoy mejor será dejarla tranquila. La moral y la filosofía de la vida y del bien y del mal son algo que hay que rumiar durante tiempo y yo lo que hoy pretendo darles - ustedes me perdonen -, es contenido barato. Así que, mejor, he decidido que lean algunos de mis últimos y ya lejanos escritos. Volveré otro día cuando tenga algo que contarles.
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