A falta de todo

Leía hace unos días un fragmento en el que Borges se preguntaba cómo hizo Platón para consolarse por la muerte de su maestro Sócrates.Y se respondía a sí mismo: “hizo que Sócrates siguiera conversando póstumamente”. Defendió la idea del consuelo como una forma de continuidad, lejos del olvido o la sustitución; planteó el avance, la superación, como la construcción de la propia ausencia. 

Pienso al respecto que es, además de una forma limpia de amor, una demostración – un tanto desesperada – del mismo. El amor se traduce en tiempo dedicado, y para mantener algo literaria o imaginariamente con vida, hay que haberle consagrado larguísimas horas. Qué pensaría acerca de esto, qué diría en este momento, qué palabras emplearía o si tal o cual aspecto le gustaría o desagradaría, son preguntas cuyas respuestas sólo son posibles a través de un amor y conocimiento profundos de lo amado y perdido. Son la toxicidad, la insensatez, la madurez, el amor, la comodidad, el miedo, la tristeza, la inocencia y el descaro metidos en un mismo saco que alguien golpea desde fuera para mezclarlo todo dentro. 

Pero quisiera recalcar algo de lo que Borges no habló: la inexistencia; el deseo inalcanzado. Lo muerto es por definición aquello que no tiene vida, pero literariamente hablando no es necesario que para estar muerto haya que haberla tenido. Lo que no ha nacido, en términos de andar por casa, también está muerto. Siempre se recurre al tocar estos temas al mismo verso: no hay nostalgia peor que añorar lo que nunca jamás sucedió. De este suceso muchas veces, cuando la laceración es suficientemente intensa, se remite a lo anterior. Se ensueña el sueño previo, los planes a futuro, se continúa con aquello que no fue en el momento en el que se dejó, avanzando lo mínimo y hasta un cierto punto infranqueable que existe porque lo que se fabula ya no está. Hete aquí la paradoja de la ficción del cuerdo: se intenta mantener vivo lo que nunca llegó a estarlo, no porque nadie lo quisiera así, sino porque no dio tiempo a terminar de gestarse. Aquí todo es falso, hasta el dolor, la sensación propia de dolor, dolor que carcome, dolor que duele, que sí que está, al contrario que su causa, muy vivo, dolor que mueve al dolido, hasta ese dolor de profundis es falso. El poeta es un fingidor. / Finge tan completamente / que hasta finge que es dolor / el dolor que en verdad siente. (Pessoa, 1931).

Tal vez parte de la literatura, sino toda, venga de aquí. El que escribe es porque algo tiene que contar, a falta de todo. Una historia que siempre le hubiera gustado vivir y a la que es imposible salpicar matices de una realidad que se ha experimentado. La diferencia entre los que escriben lo que vale la pena y yo es que a ellos no se les terminan las palabras. A mí sí, por eso me voy a mitad de texto. A seguir ensoñando.

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